Historia viva |
Un equipaje valioso
Melba Hernández Rodríguez del Rey |
Fue el primero de mayo de 1952 cuando hice mis primeros contactos con lo que había de ser el grupo entrañable del Moncada. Había ido a un acto que se celebraba en el cementerio; allí conocí a Abel Santamaría. Abel me invitó a ir a su casa para que conociera las ideas de Fidel. Fui esa noche. Fidel no pudo concurrir. Conocí a Haydee Santamaría.
Dos o tres días después, en la casa de Haydee y Abel, vi a Fidel. En aquella época muchos jóvenes sabíamos cuál era nuestro deber con la patria, pero no encontrábamos el camino para encauzarnos. Cuando Fidel tomó la palabra en aquella reunión yo tuve la impresión inmediata de que sabría guiarnos y que realizaría con éxito los planes que se proponía.
Ya desde entonces fui visita diaria de la casa de Abel y de Haydee. Y fue creciendo, además de la absoluta identificación revolucionaria, un sentimiento de profunda amistad, fraternal hacia Yeyé.
Yo había estudiado Leyes. No era una carrera “productiva” para mí. Los pocos asuntos que llevé no eran los que dejaban mayores ganancias, aunque sí los que permitían mis principios. Mis “clientes” eran guajiros explotados, una muchacha que del prostíbulo salía para la cárcel; obreros despedidos. Recuerdo aun un caso que llevé defendiendo a los obreros de los “Ómnibus Aliados”.
Una vez, cuando Fidel estaba recién graduado, con el fin de recaudar fondos para el Movimiento, íbamos a llevar un asunto de Eugenio Sosa, que era dueño de una arrocera en Matanzas y, según conocimos después, tenía intereses en el Diario de la Marina. A medida que nos íbamos adentrando en los hechos, el trabajo nos iba gustando menos. Al conocer todos los pormenores decidimos defender a los campesinos que Sosa acusaba, y no a éste, y renunciar así a la posibilidad de obtener algunos fondos. Así mantenía Fidel, desde el principio, la pureza de nuestro movimiento.
Nunca olvidaré mi pequeño primer trabajo para el movimiento. Fue el 20 de mayo del 52. Se editaba entonces el periódico Son los mismos y se me designó para distribuirlo en un acto que se celebraría ese día en la Universidad. Más adelante, Fidel, con el espíritu crítico que lo caracteriza, propuso cambiarle el nombre al periódico por El acusador, ya que según nos explicó hacia falta un periódico más combativo.
El primer numero de El acusador lo distribuimos el 16 de agosto en un acto en memoria de Chibás. Al ir a buscar el periódico a la imprenta fuimos detenidos Abel, Elda Pérez y yo. El SIM nos cogió en la misma imprenta. A nosotras se nos puso en libertad al mediodía, no sin antes recibir un “responso” de Ugalde Carrillo. Al salir quisimos informar a los demás compañeros y ninguno aparecía. Al día siguiente fui con Fidel y Yeyé a visitar a Abel en el Vivac. Fidel tenía solo un peso en el bolsillo. No sabía que comprarle al compañero preso. Al fin se decidió por comprarle cigarros, fósforos y tabacos. El recuerdo de Fidel cargando el paquetico de cigarros para Abel ha quedado en mi mente con tantos recuerdos de aquellos días.
Al ver a Abel nos quejamos de la “irresponsabilidad” de los compañeros que se habían esfumado. Abel sonrió y llamó a los demás compañeros. Uno a uno fueron apareciendo “Chucho” (Jesús Montané), Raúl Gómez García… todos los demás. La policía había hecho una redada de la que solo se habían salvado Fidel y Yeyé.
Ya desde entonces la policía nos tenía fichados y las persecuciones no se hicieron esperar. Teníamos escondida en la casa de Abel una ametralladora viejísima que era nuestro mayor tesoro. Un día allí se presentó Irenaldo García Báez. Pudimos actuar rápidamente. Mientras Irenaldo subía por un elevador, por el otro bajaba la ametralladora. El hijo de Pilar García comenzaba entonces su carrera de asesino. Allí se quedó haciendo preguntas y parecía interesarse por las palabras de Abel. Ese interés no respondía a otra cosa que al deseo de conocer lo más posible del carácter de nuestro movimiento y de sus dirigentes.
Fidel hizo su centro de operaciones en la casa de Abel y en la de mis padres. A fines del 52 ya teníamos gente en Pinar del Río, La Habana y Matanzas. Una noche hubo una revisión de las tropas. Aquella fue una de las operaciones más audaces de esos días. Mi casa era muy grande. Mis padres y yo la evacuamos. Cuando regresé mas tarde, recibí una gran sorpresa al abrir la puerta. Aquello estaba lleno de jóvenes desde la sala hasta el fondo. Y lo más sorprendente era el extraordinario silencio que guardaban. Fidel había ordenado una “alarma” y las tropas respondieron rápidamente.
Para conmemorar el centenario del Apóstol se hizo la histórica peregrinación de las antorchas. Se movilizaron compañeros de La Habana y Pinar del Río para participar en ella. Fue un hermoso y emocionante homenaje al Apóstol aquel desfile para esperar el 28 de enero de 1953. De la Universidad bajaron miles de jóvenes con sus antorchas. Entre ellos íbamos nosotros, ya como un grupo organizado. Nuestras antorchas tenían grandes clavos para poder responder a la policía si nos atacaban. Marchábamos de brazos, disciplinadamente, la gente cuando nos veía pasar se impresionaba. Oí a varios que comentaban:
-¡Esos que van allí son los comunistas!
Ya en el 53 el trabajo se intensificaba. Ellos salían a las fincas cercanas y Yeyé y yo nos quedábamos con alguna tarea en La Habana.
Otras veces íbamos con los compañeros para trasladar armas y uniformes.
Uno de los trabajos más delicados que se me asignó fue el de hacer contacto con el compañero Florentino Fernández. Este era sargento sanitario del ejército de Batista y trabajaba con nosotros. Nos prestó gran ayuda: él consiguió gran número de los uniformes con que fuimos al Moncada. Como es natural, esta y cada una de las tareas que había que ir desarrollando se llevaban a cabo dentro de gran discreción y con el conocimiento de un reducido número de compañeros. Florentino fue luego con nosotros al Moncada y hecho prisionero y golpeado salvajemente, se salvó por el ardid de hacerse el loco. Hoy está en las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
En mi casa se guardaban uniformes y armas. Los planes se iban desarrollando. De vez en cuando se aparecía Fidel. Unas veces iba con Oscar Alcalde, otras con Ñico López; otras con Chenard, etc. Traían cajas vacías y se llevaban armas y uniformes. Esta operación se fue realizando a lo largo de los días.
Una noche –previamente me habían avisado de que tendría un contacto muy importante- tocaron a mi casa. Era un muchacho que tenía una mancha en la cara. Era Renato Guitart. Lo llevé, según las instrucciones que tenía, a la casa de Abel que estaba a unas pocas cuadras de la mía. Luego no supe más de él y guardé una viva impresión de este encuentro. Renato se hospedó en casa de Abel. Después partió sin que supiéramos nosotras hacia donde. Por un olvido se llevó las lleves de Haydee. A los pocos días Yeyé recibió un paquetico con las llaves. Por más que lo examinamos no pudimos averiguar de dónde procedía…
Luego tuvo que salir Abel. Se fue para Santiago, aunque en aquel momento nosotras no lo sabíamos. Cunado Fidel supo que nos preocupábamos por Abel, empezó a traernos noticias de él frecuentemente.
Cuando seleccionaron a Haydee para salir a Santiago, con un paquete de armas y uniformes, ya no nos quedó dudas de que los acontecimientos se avecinaban.
Al fin Fidel me planteó que me preparara para realizar una misión y que iba a tener la alegría de ver a Abel y a Yeyé. Recuerdo que fui a una florería de la calle Neptuno para conseguir una caja de flores. En ella metimos las escopetas que me tocaba llevar como para del equipaje valioso. Cogí el tren de por la noche hacia Santiago, aunque todavía no sabia para dónde iba. Ernesto Tizol me acompaño al ferrocarril. En Santiago me esperaban Abel, Renato Guitart y Elpidio Sosa. Ellos quisieron que conociera la ciudad antes de ir a la finca. Abel estaba muy contento y me habló con mucho entusiasmo del carácter de los santiagueros.
-Mira, Melba –me decía- cuando terminemos esto yo vengo a vivir a Santiago de Cuba.
A partir de entonces Haydee y yo estuvimos incorporadas al trabajo en la finca. Allí atendimos la limpieza, planchábamos los uniformes, ayudábamos a los compañeros. El 25 de julio oímos por radio los carnavales y Chaviano habló. Yeyé y yo pensábamos en qué lejos estaba de conocer los acontecimientos que se avecinaban y cuya naturaleza exacta nosotros también desconocíamos.
(Revista Verde Olivo, 28 de julio de 1963) |