Historia viva
Marta Rojas: testigo excepcional
Lídice Valenzuela
Marta Rojas es un paradigma del periodismo cubano. Tenía 23 años cuando ocurrieron los sucesos del cuartel Moncada en su natal Santiago de Cuba, donde ella pasaba casualmente sus vacaciones de verano, pues estudiaba Periodismo en La Habana. Fue una de los poquísimos reporteros que pudieron vivir, desde los primeros momentos, lo que ocurrió realmente en el ataque al Cuartel Moncada. Así son sus recuerdos de aquellos días, ahora traídos de nuevo a la voz en su apartamento habanero. Más de 50 años de fecundo periodismo la mantienen activa, como reportera y escritora.
“Estaba en la televisión como alumna. En el 1953 me voy para Santiago de Cuba, donde vivía mi familia para pasar las vacaciones y volver en Septiembre a mi posible plaza, recoger mi certificado de periodista y colegiarme, para poder ejercer.
Panchito Cano, un fotógrafo muy avezado que vivía cerca de mi casa, me planteó que si me quería ganar 50 pesos por escribir un reportaje para la revista Bohemia sobre los Carnavales de Santiago de Cuba. Enseguida le dije que sí, pues 50 pesos era una cantidad muy importante entonces.
El 25 de julio me fui por mi lado con mis amigos a disfrutar del Carnaval y hacer el trabajo encomendado por Panchito –que estaba tirando las fotos por otra parte-.
Vuelvo a mi casa, donde quedé en encontrarme con Panchito, y sentimos un tiroteo. Ahí nos empezó a rondar la inquietud. Creíamos que eran fuegos artificiales, pero no se veían las luces. Así que se nos fastidió el Carnaval.
Todos los que estábamos allí pensamos que aquellos disparos eran por los actos relacionados con el Héroe Nacional de Cuba, José Martí, que aquel año cumplía el centenario de su nacimiento. En La Habana vi el desfile de las antorchas en la Universidad, el 28 de enero, día de la conmemoración martiana. Pero a Fidel no se le conocía ya en la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), pues en 1953, el se había graduado de abogado y tenía su bufete. Nadie se imaginaba que aquellos tiros eran por un evento militar contra Batista.
Incluso pensamos que era algún encontronazo entre grupos rivales del ejército.
Panchito era un fotógrafo con mucha chispa. Conocía a la policía de Santiago. Tenía 30 y pocos años, o si acaso 40 años de edad, y ya era muy conocido.
Me dijo: vamos al periódico de Santiago, al Diario de Cuba.
La primera versión era que el General Pedraza, amigo de Batista, había asaltado el cuartel Moncada.
Esa fue la idea que circuló primero, porque vecinos del cuartel dijeron que vieron hombres corriendo, y en realidad eran los revolucionarios vestidos con uniformes del propio Ejército batistiano, para crear confusión entre las filas enemigas.
Allí en el periódico nos demoramos y al fin, poco a poco, nos fuimos hasta la Posta de la Coca Cola, - por una envasadora de la compañía norteamericana de refrescos Coca Cola que funcionaba ahí- con entrada por la calle Sueño, donde había cantidad de periodistas, miembros del club Rotario, de Los Leones, el gobernador.
Después de un fuerte litigio con la soldadesca, dejaron entrar al grupo.
Panchito logró hablar con Miguel Ángel Quevedo, director y propietario de Bohemia, y le cuenta que está con una muchacha con la que estaba haciendo un reportaje sobre los Carnavales.
Enriquito de la Osa ya era el jefe de redacción de la buscada sección En Cuba, de aquella publicación.
Y Quevedo le contesta: Te voy a mandar un periodista bueno.
Pero me quedé allí, mientras llegaba el enviado de Bohemia.
Poco antes de la conferencia de prensa, a eso de las 12:00 hora local del día del 26 de julio, me dicen que hay dos mujeres presas.
Nosotros observábamos que entraban y salía la gente, los soldados. Y de vez en cuando oíamos unos tiros.
Entonces Panchito le dice a un oficial, pues Panchito era conocido porque hacía casos de la crónica roja, que yo tenía necesidad de pasar al baño, que estaba a una distancia de unos 25 metros. En ese trayecto había una puerta abierta, y, de pasada, vi a Melba y a Haydee en una habitación.
Pude tomar agua y café.
Después se aparece un teniente, Teodoro Rico, quien ordenó que no se podía recorrer el cuartel hasta que no estuviera listo el teatro de los hechos, lo que en realidad significaba que estaban preparando el local para sus planes oficiales.
Durante la conferencia de prensa, el General Chaviano cuenta esas mentiras que conocemos, entre ellas que los revolucionarios habían matado a soldados a cuchillo, y leyó la nota oficial.
Al parecer, el no esperaba el bombardeo de preguntas de los reporteros:
¿Cuántos eran?, ¿Qué partidos políticos los apoyaban? ¿Quién los dirigía? ¿Qué buscaban?
Ya a esa hora se sabía que era Fidel el jefe del ataque al Moncada. Le pedí autorización
A Carlos Nicot, quien era el presidente del Colegio de Periodistas de Santiago para hacer el reportaje, y el me dice que lo hiciera, pero realmente me sentía subestimada. Recuérdese que era una periodista aún sin graduar oficialmente.
Entonces, le preguntó al coronel Chaviano qué quieren eran las dos mujeres que estaban presas.
El me miró para matarme. Aquí no hay presos, todos los que vinieron a combatir cayeron...
Entonces se le acercó un militar y le dijo algo bajito
Bueno, es posible que haya dos mujeres, respondió entonces, como al que cogen in fraganti, pues seguramente iban a matarlas también.
A las 16:00 hora local del 26 de julio nos llevaron a recorrer el cuartel.
Me doy cuenta de que los muertos tienen los uniformes limpios y de que hay algunos que están sin encintar los pantalones.
Eran uniformes nuevos de paquete, porque habían vestido los cadáveres, lo cual me dio la idea de que era evidente de que los habían matado.
Entonces Panchito, que se enteraba de todo por sus relaciones, me cuenta que le van a quitar las fotos a los fotógrafos, porque el gobierno los quiere mandar a revelar a La Habana.
Me acuerdo que tenía puesta una saya de piqué blanco y una blusita de piqué de rayitas verdes. Los espejuelos los guardaba en un bolsillo.
Entonces Panchito se oculta en los chasis de los camiones, y me comenta: me quedo con lo que he tirado de los Carnavales, y se las echa en un bolsillo.
En eso viene un oficial y con voz de mando informa: No hay fotos.
Los soldados colocan una bolsa militar sobre una mesa y obligan a los fotógrafos a depositar los rollos con los negativos de las fotos tomadas en el Moncada.
El Coronel Chaviano incluso le pide a Panchito, porque lo conocía, que abriera la cámara, pero los rollos con las fotografías del Moncada estaban en mi saya, y así salieron hasta el estudio de Panchito. De ahí seguimos a la Fotografía de Senén Carabia, quien se especializaba en fotos para carnés de soldados y bomberos.
A Carabia lo habían llamado la mañana del 26 de julio para que tomara las fotos de los soldados heridos o muertos.
Panchito le dice que los quería para Bohemia y que Quevedo se lo iba a pagar.
Aquí hay uno que yo no se quien es, nos plantea Carabia. Y resultó ser José Luís Tassende, uno de los atacantes, que fue fotografiado como uno de los soldados heridos, por equivocación. Luego fue asesinado en el propio patio de la instalación militar.
Panchito se llevó las fotos y las reveló en su estudio.
Ya a esas alturas sabemos que no dejaban salir hombres de Santiago de Cuba. Sólo mujeres y niños. Y mi compañero me dice: Llévale esto a Quevedo a La Habana.
Al siguiente día sale el primer avión y en una fajita tubular me coloco los rollos y vengo para La Habana.
Entonces la revista Bohemia estaba en Trocadero casi llegando a Galiano.
Llego a la recepción y le comunico a la recepcionista: Dígale a Quevedo que llegué de Santiago de Cuba, de parte de Panchito Cano.
Salió Quevedo en persona a recibirme. Me le presento: Yo soy fulana de tal y traigo los negativos de Santiago de Cuba.
Y entonces Quevedo me interroga: ¿pero para qué quiero yo ahora las fotografías del Carnaval, después de todo lo que ha pasado?
Le respondo: No son las del Carnaval, son las del Cuartel.
Evidentemente, Quevedo habló con algunas personas y al acuerdo que llegaron es que iban a publicar las fotos, pero no textos, sino la nota oficial del ejército.
Con todo lo que vi y oí escribí un reportaje, pero no se podía publicar, pues había censura de prensa.
Entonces Quevedo me hace una serie de preguntas, y yo le digo que hace cinco años que estoy en La Habana.
Me preguntan si soy muy conocida en Santiago de Cuba y le digo que no...
Entonces, me indica que fuera con su secretaria, que me darían 200 pesos, y que volviera a Santiago, porque estaban persiguiendo a Panchito, pero que yo no aparecía vinculada a nada.
De todas maneras el me advirtió que si algo ocurría cogiera un carro y desapareciera. Me orienta que siga haciendo mi vida normal en Santiago.
Pero a mi me entró algo que me impedía quedarme quieta. Empecé una investigación por mi cuenta, y después vuelco todo ello en un reportaje mayor, que ya no es de actualidad. Recuerdo que fui al hospital Saturnino Lora, uno de los escenarios del ataque, y a hablar con los vecinos.
Ya se estaba acercando la fecha del juicio contra los atacantes.
Entonces mi familia, que era de sastres, conocían a Baulidio Castellanos, Vilito, que era abogado y amigo de Fidel, y le digo que quisiera estar en el juicio. Le cuento la historia desde el mismo 26 de julio, pero que en Bohemia no había salido publicado mi nombre.
Entonces me da una idea: ¿Marta, por qué no entrevistas antes del juicio a los magistrados, al fiscal, lo publican y te ganas su confianza?…. Aquellos señores recepcionaron muy bien mi interés y me dieron información técnica. Entre otros detalles, el juicio contra los atacantes del Moncada, denominado Causa 37, es el más grande de la historia de Cuba por la cantidad de pliegos que posee.
Aquellas entrevistas se publicaron en Bohemia con mi nombre, y con la revista que llegaba los viernes a Santiago voy a presentarme ante el Presidente del Tribunal, que se pone contentísimo, al igual que los abogados. Aprovecho y le digo que quería estar en el juicio, y el, que cómo no. Y me ponen al final de la lista: Marta Rojas, de Bohemia.
Y me quedé en Santiago. Imagínese que perdía así el puesto fijo que ya sabía era mío en la televisión y que era como ganarse un premio de la lotería.
Los periodistas viejos sabían que aquel juicio no se iba a publicar, y entre ellos comentaban que podíamos decir que la sesión se celebró, pero no sabíamos en realidad que iba a pasar.
El juicio comenzó el 21 de septiembre y se extendió hasta el 16 de octubre de 1953.
Con Panchito ocurrió algo distinto. Primero fue a la finca de Quevedo en Santiago. El director lo sacó después de la provincia y le alquiló un apartamento frente a Bohemia. Pero la persecución, lo que vio en el cuartel, toda esa cuestión lo enfermó. El se fue de Cuba al triunfo mismo de la Revolución, y murió poco después.
FIDEL ME IMPRESIONÓ
Me impresionó mucho Fidel, con las manos esposadas. Esa fue su primer protesta en aquel recinto: no se trae a un acusado a un juicio así esposado. Pidió que, como abogado, se le permita asumir su defensa. Primero es examinado y le dan una toga prestada y el segundo día en el interrogatorio, el interroga a los asaltantes sobre lo que realmente ocurrió aquel 26 de julio. Tal actitud lo convierte de acusado en acusador.
Realmente fue una derrota táctica, pero una victoria estratégica.
Como periodista, recojo cada palabra, a mano, día a día.
La gente me paraba en la calle y le hacía las historias. Hacía el reportaje día por día y lo acumulaba.
El día 16 de octubre, cuando terminó el juicio, toqué a la puerta de Quevedo.
El reportaje tenía 200 cuartillas y lo llevé a 12 cuartillas.
Quevedo le dejó el reportaje a Enrique de la Osa. Me preguntó si me gustaría trabajar con Enrique, y que dónde yo estaba trabajando. Y le cuento sobre la televisión, aunque en realidad a mi me gustaba mas el diarismo.
HAYDEE Y MELBA
A las dos muchachas que vi detenidas en el cuartel, las volví a encontrar en el juicio y me recuerdo que la primera reacción fue mirar hacia Haydee.
Le veía el rostro duro a Haydee. Ella sudaba mucho. Yo tenía un pañuelito de hilo negro con florecitas amarillas y se lo di para que se secara el sudor. Haydee me miró y fue la primera vez que sonrió. Ella tenía una tragedia muy grande. Cuando ya salían, el último día del juicio, me acerqué a ella, y le pregunto: ¿Dónde puedo saber de ustedes?
En la calle Jovellar 107.
Regresé a La Habana. Aquella era la dirección de los padres de Melba.
Hubo un trance del juicio en que más allá de un interés profesional comencé a sentir solidaridad por los jóvenes, y después de eso comenzó una relación de compromiso.
Establezco comunicación con las dos muchachas a través de los padres de Melba. El día de Reyes (6 de enero) de 1954 iba a llevarles juguetes a los hijos de las presas comunes en el reclusorio de Guanajay, donde las tenían presas. La Primera Dama, Marta, mandaba un lote de juguetes a los pequeños. Les mando a decir a ellas que iba a ir ese día a la cárcel a cubrir como periodista la entrega de juguetes. Por la madre de Melba ya sabía que la celda de ellas daba al patio.
Al poco rato de entrar, le empiezan a entregar los juguetes en el patio a los niños. Le digo a un niñito que tenía cerca que se aproximara a las rejas donde ellas estaban asomadas, y me acerco. La única pregunta, la única preocupación de las dos:
¿Cómo fue lo de Fidel? Les conté en minutos todo lo que sabía.
Cuando salieron de la cárcel fui a recibirlas junto con sus familiares, y a verlas, como periodista; de la cárcel seguí con ellas hasta la tumba de Eduardo Chibás, el líder del Partido Ortodoxo, al que Fidel perteneció, y la mayoría de la juventud revolucionaria de aquella época..
Desde entonces me hice visita asidua a la casa de Melba.
Siempre seguí la amistad con las dos. Haydee era muy conversadora. Fue para el central Constancia, y después para Santiago de Cuba. Era muy presumida.
Un día en Santiago veo una mujer que parece una gallega, con una saya así larga, mal vestida, y me le quedo mirando, porque en algo me parecía familiar. Y oigo su voz que me dice: Acaba de coger esa guagua. Así era Haydee, la luchadora clandestina, siempre con una persona cerca, cuidándola.
Algunas veces me han preguntado qué me parecieron aquellos jóvenes a los que nunca había visto antes y conocí en la Sala del Pleno de la Audiencia de Santiago de Cuba cuando se inició el juicio del Moncada: Mi respuesta es siempre la misma: Creí que estaba viendo a los mambises. Y es que la enseñanza de la historia patria caló muy hondo en generaciones de cubanos y siempre que cala tiene frutos. |