Historia viva |
Esa es la maleta
Haydee Santamaría Cuadrado |
Libro de los doce (Fragmento)
Conocí a Fidel poco tiempo después del 10 de marzo, en mi apartamento de la calle 25 en La Habana. Abel lo llevó allí un día. Yo recuerdo que había acabado de limpiar y él caminaba de un lado a otro y me echaba cenizas en el suelo. Yo pensaba: “¿A quién me habrá traído aquí Abel que me está ensuciando todo?” Cuando se fue le pregunté a Abel y él me dijo que era un muchacho, qué sé yo, y me empezó a hablar de él.
…Estábamos en la casa de Siboney, Melba, Abel, Renato, Elpidio y yo. A Renato se le ocurrió hacer un chilindrón “de pollos”. Me reí cuando me lo dijo y empecé a argumentarle que no era un chilindrón sino un fricasé. “Así le dicen en Vuelta Abajo”, insistía Renato.
Mientras cocinábamos y sin interrumpir la conversación con Melba y Renato, mirando a Abel, pensaba en la última vez que estuvimos en el central, a despedirnos de los viejos y la familia. Cuando fuimos a dejar la casa por la madrugada para regresar a La Habana, Aida nos advirtió que pusiéramos cuidado en no despertarle la niña. Abel quiso cargarla, quiso besarla. Yo dije: “Déjanos, a lo mejor es la última vez que la vemos”. Aida me miró alarmada, y yo quise hacerle un chiste: “A lo mejor es en la carretera donde quedamos”. “No seas trágica”- me dijo Aida, y nos fuimos.
Cuando estuvo hecho el chilindrón de Renato, Abel no quiso comer. Iba a Santiago a acompañar a un viejo matrimonio que vivía frente a la casa de Siboney. Tal vez sea el último carnaval que vean, pensé.
Melba estaba a mi lado; hacía siete meses que no nos habíamos separado ni un solo día.
Pensaba en casa, en Melba que está a mi lado, en los muchachos. A esa hora no se me hubiera ocurrido pensar en la muerte, pero había dos cosas que me punzaban con dolor. Si todo se acaba, que quede Fidel, por él se hará la Revolución y nuestras vidas y nuestros hechos tendrán una significación…
----Fui al Moncada con las personas que más amaba. Allí estaban Abel y Boris, y estaba Melba, y estaba Fidel, y Renato, y Elpidio, y el poeta Raúl, Mario y Chenard y los demás muchachos, y estaba Cuba, y en juego la dignidad de nuestro pueblo ofendida y la libertad ultrajada, y la Revolución que le devolvería al pueblo su destino.
Los muchachos llegaban con hambre. La medianoche nos encontró conversando, riéndonos, se hacían y decían bromas a todos. Servíamos café y un poco de lo poco que había quedado de la comida, de la comida que Abel no comió. Volvíamos a los cuentos, a la anécdota de mi llegada a Santiago, con dos maletas llenas de armas, de tal modo pesadas, que un soldado que las movió al pasar junto a mí en el coche del tren, me preguntó que si llevaba dinamita. “Libros- le dije-. Acabo de graduarme y voy a ejercer en Santiago. Aprovecharé el carnaval para divertirme un poco después de los estudios. Usted sería un buen compañero para divertirme en el carnaval“. El soldado sonrió amistoso y me dijo dónde debíamos encontrarnos. Bajó conmigo al andén, llevando mi maleta. Abel y Renato estaban esperándome en la terminal. Yo me acerqué para decirles; “Esa es la maleta” y agregué: “Es un compañero de viaje.” Y al soldado: “Son dos amigos que vienen a esperarme”. El soldado entregó la maleta y partimos.
Uno de los muchachos le hacía chistes a Boris: “Ten cuidado con Yeyé, que tiene una cita con un soldado de la dictadura”, y todos nos reíamos.
Después llegó Fidel, y unos solos y otros en grupo, llegaron todos.
Después salimos.
Luego estábamos en la máquina Melba, Gómez García, Mario Muñoz y yo. Después y durante todo el viaje al Moncada pensaba en casa, pensaba en la mañana que vendría: ¿qué pasaría? , ¿qué dirían en casa? , ¿cómo sería el día que comenzaba?....
(Libro de los doce. Instituto Cubano del Libro, ed. Guairas, La Habana, 1968) |