El llanto alumbratorio del Cine cubano fue silente y con un fuerte matiz documental. En fecha tan temprana como 1897, el francés Gabriel Veyre grabó un simulacro de incendios y, así, despertó una pasión que llega hasta nuestros días.
Mostrar a esta Isla y su gente en 24 cuadros por segundo fue el sueño de aquellos padres fundadores del Cine cubano, en especial de Enrique Díaz Quesada, un hombre que bien pudiera llevar el apelativo de “pionero”, por haberse adelantado en osadía y empeño a muchos.
En 1906, el Parque de Palatino se vio reflejado en la lente de este hombre; el que pocos años más tarde, en 1913, dirigió el primer largometraje silente cubano: Manuel García o El rey de los campos de Cuba.
No obstante, fue la película La Virgen de la Caridad (1930) la que colocó al cine mudo cubano con una nota sobresaliente dentro del panorama regional.
Tanto es así, que la decimosegunda película dirigida por el cubano Ramón Peón fue catalogada por el crítico e historiador de cine francés Georges Sadoul como una joya del neorrealismo latinoamericano.
No obstante, como no podía ser de otra manera, fueron las Maracas y bongós (1932) de Max Tosquella los que abrieron el camino del sonido en el cine hecho en nuestro país.
A esta le siguió una cinta que traería a la pantalla grande a un reconocido personaje de la radio nacional. La serpiente roja (1937) del cineasta Ernesto Caparrós no solamente fue el primer largometraje sonoro de la cinematografía patria, sino que constituiría la primera colaboración entre la radio y el séptimo arte, al adaptar una de las aventuras del mítico detective chino Chan Li Po, creado por el libretista Félix Benjamín Caignet.
Justamente el mundo de la radio, en particular de las radionovelas, sería un espacio de constante creación de nuevas historias que traspasarían las ondas hertzianas y llegarían al celuloide.
Esta industria, junto con la de la música, darían al cine cubano de la primera mitad del siglo XX sus mejores historias y momentos.
El romance del palmar (1938) constituye, sin lugar a dudas, uno de los pilares sobre los que descansa la cinematografía patria pre revolucionaria.
La elevadísima calidad musical de esta obra, en la que se insertan temas de Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig, Félix B. Caignet, Moisés Simons e Ignacio Villa (Bola de nieve); de conjunto con la capacidad interpretativa de Rita Montaner, hacen de esta pieza, dirigida por Ramón Peón, uno de los grandes clásicos del cine cubano.
A pesar de que, como hemos visto, el cine cubano anterior a 1959 aportó algunas cintas que constituyen hitos dentro del séptimo arte en nuestro país, durante muchos años existió una marcada tendencia a subvalorar la producción fílmica de esa etapa.
En palabras del crítico cinematográfico y profesor universitario Pedro Noa, esta tendencia a desconocer a quienes los antecedieron fue algo común dentro de las “nuevas olas” cinematográficas registradas a nivel mundial durante la década de 1960.
El cine cubano pre ICAIC o pre revolucionario fue, en primer lugar, la obra de hombres osados, apasionados y soñadores que, con escasa preparación teórica y herramientas técnicas y dramatúrgicas casi rudimentarias e intuitivas lograron legar una obra que si bien, en la mayoría de los casos, carece de valor artístico y estético, nos ofrecen una mirada a lo que fuimos como nación.
En esta ocasión SONOGRAMAS propone un recorrido por las bandas sonoras de las cintas producidas en nuestro país antes de 1959.